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El hombre que rescató gauchos de Malvinas

A ese paisano le astilla el cuerpo la agonía de un caballo. Lo quiebra la mirada perdida del alazán, las patas inmóviles del negro y más allá, la panza hinchada del malacara abandonado sobre el suelo. Deja el lazo de cueros trenzados sobre la escarcha de Malvinas. Con sus manos heladas abraza el mate caliente y trata de sobreponerse a las astillas, mirando más allá de la niebla gris. Es una de las tantas madrugadas de 1824. Abruma el frío, la soledad y esa hilera negra de caballos muertos.

Si no fuera por ese entorno que le fetea el pecho, vería que llega a rescatarlo el escritor Marcelo Beccaceci, casi 200 años después.

Ahora su estampa, arreando vacas y en un paisaje sepia, está en la tapa del libro “Gauchos de Malvinas”, que se acaba de publicar. Por si faltaban razones, ahí están nuestros paisanos enlazando animales en la tierra malvinense, poco después de nuestra independencia.

Beccaceci vio esas ilustraciones en el libro de una isleña, en una casa de campo en Malvinas, de paso a la Antártida, en 2002. En su diálogo por AM 550 La Primera, recordó que “me intrigó mucho que en ese libro no existe la palabra ´argentino´, habla de la presencia de gauchos por ese lugar, pero la escritora habla de ´sudamericanos´y nunca menciona que dónde venían, ni siquiera los nombres, salvo uno o dos”. A eso se le agregó “un cuadrito que está en el museo de Puerto Argentino, una acuarela que se hizo en las Islas donde se ve a un gaucho pasándole el mate a otro”, entonces “me puse a investigar de dónde venían esas ilustraciones”.
Pasaron varios años hasta que “pude dar con la colección de esos cuadros, que llamativamente no estaban ni en las Islas ni en Inglaterra, sino en Buenos Aires, custodiados por una familia de descendientes ingleses”.

La voracidad del investigador se aceleró con ese hallazgo. “Esos cuadros fueron la base de la investigación y pude documentar la presencia de gauchos argentinos en las Islas Malvinas, desde 1824 hasta 1870, aproximadamente.”

Gauchos de a pié

Cuando Luis Vernet (comerciante, nacido en Hamburgo y venido de Francia) fue designado gobernador de las Islas, envió primero dos barcos con 26 gauchos y una tropilla de caballos con el objetivo de hacerse de la hacienda cimarrona que habitaba el archipiélago. Cuenta Beccaceci que ” allí había ganado salvaje traído por españoles y franceses”. Pero el trajín del viaje y la falta de comida hace que “el 80 porciento de los caballos murieran” y los paisanos “se quedaron prácticamente de a pié, en un momento además muy complicado por el clima y porque comienzan a caer las primeras nevadas”.

Un segundo envío de caballos hacia el sur tropieza con el mismo problema de muerte de los equinos, por lo que “en agosto los gauchos vuelven porque no podían hacer nada, ni siquiera acercarse a esos animales cimarrones”.

Ya en 1825, el designado gobernador apuesta todo su capital para sacar ganancias de un establecimiento más efectivo en las Islas y la hacienda baguala del archipiélago. Así, organiza una expedición con nuevos paisanos provenientes de las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fé y Corrientes.

Pero el traslado de caballos se topa con barcos brasileños frente a Carmen de Patagones, en plena guerra con Brasil, lo que significa una nueva frustración para los hombres que esperaban esos animales para hacer su tarea de arreo de los animales cimarrones que poblaban el interior campestre de las Islas. “Por segunda vez quedan los gauchos arreglándose como pueden”, dice Beccaceci.

“Entre otras cosas -continúa-, los paisanos construyen corrales con turba y piedras para tratar de encerrar a la hacienda cimarrona y aprovechar su carne y sus cueros. Hoy quedan vestigios, sobre todo el más grande que está a metros del actual cementerio de los argentinos caídos en la guerra de 1982”.

La desnudez de árboles y maderas en Malvinas impulsó el ingenio de aquellos paisanos para encerrar los animales, mientras el empresario Vernet pensaba en el envío de naves a la Isla de los Estados en busca de esos materiales esenciales para la actividad a desarrollar.

Además, el interés empresario de Vernet incluía la riqueza de la pesca en las aguas adyacentes al archipiélago. Beccaceci señala que los gauchos ciudaron ese recurso y “es muy interesante ver cómo con cuchillos y facones abordaban barcos ingleses y norteamericanos y trataban de llevarlos a puerto porque estaban depredando con su pesca el mar argentino de las Islas”.

Estas actitudes de nuestros compatriotas se sumaban a su objetivo central de “capturar el ganado y vender cuero y carne a los países europeos, o a los barcos loberos y balleneros que pasaban hacia la Antártida”.

Explotados

Si bien los hombres embarcados en el desafío de trabajar en las Islas tenían en su mente la posibilidad de obtener un beneficio económico que les era negado en sus lugares de origen, también portaban una fidelidad sin igual. El patrón era Vernet y a él se debían.

Fue así hasta que la paciencia se agotó. El trato que dio el gobernador-empresario a los gauchos fue limando esa fidelidad. Es que, además de los contratiempos en el abastecimiento de caballos y alimentos, se le sumó el pago “en papeles” que debían cambiar en el almacén -que también pertenecía a Vernet- y a precios irrisorios. “Sólo tenían la carne gratis, porque la obtenían ellos, pero les cobraban todo demás, contando los elementos esenciales para su trabajo como aperos, riendas, lazos, etc.” y la vestimenta que los resguardara de un clima tan cruel. Las deudas que contraían en el almacén era otro obstáculo real para la vuelta al continente.

Cuando los ingleses invaden las Islas en 1833 “se preocupan de no echar a todo el mundo sino que dejan a un grupo de gauchos y a los empleados de Vernet porque sin ellos no había economía para los isleños y para quienes pasaban por allí”, sostiene el autor de “Gauchos de Malvinas”.

Son los propios ingleses “los que hablan con el gerente de la empresa de vernet, Juan Simón y le exigen que se les pague a los gauchos con metálico y que les bajen los precios de lo que le vendían porque eran abusivos”.

Pero la situación de explotación no cambia y eso acentúa el malestar entre la paisanada que, encabezado por Antonio Rivero, planea y ejecuta un plan de ataque y muerte al gerente y varios empleados de Vernet, en lo que se conoce como la sublevación de Rivero. Él y un grupo de gauchos, tras esa acción en agosto de 1833, se refugian en la Comandancia de las Islas y durante cinco meses no flameará la bandera británica.

A comienzos de 1834 atracan en la isla Soledad dos goletas inglesas, con el claro propósito de apresar a Rivero y su gente. Ante la superioridad numérica y de armamentos, los paisanos se repliegan hacia el interior campestre de la isla. Allí resisten durante varias semanas hasta que, uno a uno fueron capturados. Recién en marzo cayó en poder de los ingleses el último gaucho sublebado en Malvinas, Antonio Rivero.

Posteriormente se registraría en la historia el viaje hacia Gran Bretaña para ser sometidos a juicio y la vuelta final a la Argentina, previo desembarco en Montevideo.

Nueva presencia gaucha

Doce años después, con la continuidad de la invasión inglesa a nuestras Islas, los británicos deciden realizar una segunda congregación de paisanos en el archipiélago, con el objetivo de capturar la hacienda cimarrona y restablecer la economía inglesa. “Ellos eran los únicos que tenían la destreza y habilidad para esa tarea, por lo que embarcan a un nuevo contingente, con una presencia mayoritaria de uruguayos aunque también hay registros de algunos argentinos”, señala el escritor.

No obstante, en la mente de los invasores estaba el aprovechamiento de esas extensiones malvinenses a través de la producción de lana y carne de ovinos. Así, lentamente comenzó la población lanar, que fue arrinconando a los gauchos a cada vez menores capturas de vacunos. Paulatinamente, se fue esquilmando la existencia de animales cimarrones y se hizo más nítida la intención británica de avanzar con la presencia ovina.

A tal punto se expandió esta explotación de seis o siete productores en las Islas, que en 1870 decidieron ampliar sus territorios, avanzando hacia Tierra del Fuego y Santa Cruz, iniciando la población ovina en la Patagonia. Junto con la supremacía de la oveja sobre vacunos y equinos, fue extinguiéndose la presencia de gauchos en Malvinas, según la documentación en la que basó su obra Beccaceci.

No fue la niebla permanente ni el terco viento frío de las Islas lo que oscureció durante años la presencia de gauchos argentinos en Malvinas. Fue la ausencia de una persona apasionada por el rescate de esos hombres.

Hasta que llegó Beccaceci y vio en un dibujo a ese paisano al que le astilla el cuerpo la agonía de un caballo.

Obtenido de nuestromar.org

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