Febrero en Rawson, 12 horas, una marea…
La postal tiene belleza y el colorido único de una flota pintoresca y también la que emana de ver la cultura del trabajo, la eficiencia y la producción de una de las flotas más rentables del mundo. El trabajo es mucho y arduo, pero se nota en todos los que allí están la bonanza económica de los últimos años.
El pescado está ahí nomás, hay que navegar una hora o tal vez menos en un mar que es un aceite, como le gusta decir a los viejos pescadores. La maniobra de pesca saca del letargo a una tripulación afilada a fuerza de rutina, que transforma al costero en una pieza de relojería. Cada movimiento tiene un porqué y un para qué. La posición, los portones, el rumbo, la enfilación, el equipo, los tangones, los canastos, los cajones, los químicos, las fajas, las botas y todo el equipo, el capitán y el más joven marinero, todo cobra sentido y tiene un rol bien determinado.
La temporada es excepcional por abundancia de recurso y por buen clima. Casi no hay espacio para las sorpresas: ayer se pescó bien igual que antes de ayer y que el día anterior, la otra semana, el mes pasado; y seguramente el mes que viene también será bueno.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué hay tanto langostino, se esboza alguna que otra certeza entre aquello de que matamos a la merluza, el agua que está bastante más cálida que lo que solía estar, el excelente trabajo nunca ponderado en su real dimensión que desde hace veinte años lleva el Programa de Crustáceos del INIDEP, la corriente de Malvinas que por suerte hace rato que no enfría tanto el agua y algunos datos más pero que nadie se juega mucho en aseverar: un poco por prudencia y mucho por cabuleros nomás que son, a ver si se corta.
Llega a cubierta el primero de siete lances casi iguales, es una bola rosa y limpia de excelente langostino L2 que se desparrama vivo sobre cubierta en medio de un potente chorro de agua que los desenreda. Ningún lance tendrá menos de 140 cajones ni más de 160. Alguna que otra esponja y dos pescados componen el escuálido by catch. Algo que si uno no lo ve y se lo cuentan costaría creerlo, de tan perfecto que es.
Aunque a simple vista no parece necesitarlo el pescado es lavado casi obsesivamente, el trabajo es frenético: espaldas de hierro dobladas sobre los langostinos canasteando con la dosis exacta de potencia y cuidado sin perder el ritmo de trabajo ni la conciencia de estar trabajando con un producto que aumenta su rendimiento y valor proporcionalmente con la cantidad de pescado que llegue a tierra entero y frio. Esta es la parte del trabajo que nunca se ve pero que se puede apreciar perfectamente tanto en las descargas como en los partes de producción de las plantas. Hay barcos como este que se preocupan por la calidad de la captura y barcos en los que se hace volumen y solo eso interesa: cosa que pudimos constatar este invierno en el muelle de Bahía Camarones, cuando descargan varios barcos fresqueros grandes que traen mayoritariamente langostinos destinados a transformarse en bloques congelados.
El langostino se cuida en los lances cortos, se trabaja en cubierta con abundante agua y el proceso que evite posterior melanosis, se lo desliza por un tubo que lo deposita en la bodega dentro de los cajones y se lo acomoda allí con abundante hielo. Todo es igualmente rutinario y mecánico. Cada cajón se completa con tres cuartas partes de langostinos y una de hielo. Así varias horas, siete lances, 1100 cajones, una marea.
El trabajo en la pesca siempre fue así de sacrificado, pero a los pescadores se los ve contentos. Uno no será del palo pero se nota con claridad cuando la gente gana bien, trabaja a gusto y conforma una tripulación que se articula como un equipo. Samuel terminará por fin su casa; Hugo acaba de ser papá y el langostino trae alivio económico; otros cambiará el autito por una camioneta y aunque prometen siempre dejar el mar ninguno lo cumple, como Pipi, que desde hace años se vive despidiendo con que esta es su última marea y ahí está. El mar te da y te quita, dinero y salud, plata o vida familiar, hacerse la casa o ver crecer a los hijos. Fue así y siempre lo será, pero cuando alguien gana en una marea lo que otros ganan en un mes es aún más difícil bajarse del barco en plena bonanza.
La temporada lleva casi dos meses de una abundancia y continuidad inédita, necesitan un descanso, sus cuerpos se lo piden, lo saben mejor que nadie, pero van a seguir hasta que los números den y ya llegará el tiempo de descansar, recuperarse y sanar las heridas en tierra firme. Todos coinciden, eso sí, en que después de esto viene un viaje a lo más lejos y placentero que puedan conseguir y se ve en sus rostros la felicidad que ese sueño les genera. Saben que esto no siempre fue así y sospechan que no durará para siempre.
Sergio, el capitán, ha sabido ganarse la estima y el respeto de su tripulación, dicen que no se subirían con otro y paradójicamente es esta virtud la que le impide al capitán tomarse unos días de descanso. Sergio se ganó el respeto a fuerza de prudencia, responsabilidad, eficiencia y porque es parte central de la bonanza económica que todos disfrutan. Los cuida, va y viene completo siempre entre los mejores y les hace ganar mucha plata; ¿qué más se le puede pedir a un capitán?
Tardecita ya y con el regreso de los barcos el puerto de Rawson se saca de encima la modorra y comienzan las cuadrillas de estiba su labor de varias horas para vaciar las bodegas y llenar las plantas de Rawson y Puerto Madryn, pero esa será otra historia de próximas notas.
Sergio, Mario, Samuel, Nicolás, Hugo y Carlos comerán en familia, verán a algún amigo, Huguito le dará un beso al bebé recién nacido y mañana muy temprano antes de que el sol despierte ya estarán listos para comenzar nuevamente. Otra zarpada, otra marea con otros 1100 cajones, otro almuerzo, los mismos chistes y la misma rutina hasta que la temporada se corte y entonces ellos también podrán disfrutar de lo ganado con tanto sacrificio, cargar las pilas y reponer fuerzas hasta que comience la pesca en el invierno helado de Bahía Camarones.
Desde estas páginas, gracias muchachos, nos regalaron una fiesta para nuestros ojos y la posibilidad de aprender un poco más y mostrar a nuestros lectores sobre esta generosa actividad que nos cobija y nos da de comer a nosotros y a tanta otra gente.
Obtenido de revistapuerto.com.ar